Hace mucho que las letras pasaron a ser para mí un universo paralelo, como aquel que describe Carlos Castaneda en su "realidad aparte"; todo cobra un sentido diferente y se ensalza o carece de significado según te vayas adentrando en él.
Tendría como 6 años cuando mi padre me recitó un poema en un idioma que distinto al mío, se coló de forma tan grácil en mí que fue como si me ausentara de mí cuerpo y me fuese a un lugar lejano. Él me seguía hablando mientras yo seguía ensimismado. Fue la primera vez que me impresioné de lo que podían provocar las palabras en una persona. Recuerdo bien el lugar en el que estaba sentado, un algo del tono de su voz y el aroma artificial a pino del interior del coche mezclado con gasolina quemada del exterior.
Gracias a grabaciones que solía hacer desde pequeño pude registrar mi tono de voz a esa edad, y casi puedo escucharme recitar esos versos que sin duda fueron la llave para acceder a ese universo paralelo que me regaló mi padre, aún sin darse darse cuenta (quizá completamente consciente de lo que hacía).
Una vez se presentó una ocasión para recitarlo ante otras personas y fue entonces cuando comprendí que la dicha que provocó en mí también podía provocarla yo en otra persona (salvando todas las diferencias). Después de esos primeros versos puse especial atención en las colecciones de libros que nos regaló mi padre a mí y a mi hermana. Disfrutaba leer especialmente por la noche acostado en mi cama. Afortunadamente había muchísimos libros en casa y nunca me quedé sin transporte para llegar a mi lugar especial. Sin duda desde que empecé a leer mis sueños cambiaron, llegaban a ser tan maravillosos como ninguna historia podía escribirse y entonces buscaba explicación a todas las cosas que veía, que tocaba, que paladeaba...
Después vinieron mis primeros versos propios y mis primeras canciones, después vino el amor y todo se llenó de colores. Entre olor a pino y gasolina la poesía había llegado para quedarse.
©Hale Sastre
©Hale Sastre