Fotografía por Danko Maksimovic |
(...) la simpleza de su de figura,
su delicado tacto,
apenas si rozó su pecho
pero supo que podía haber un sitio para sus manos, para sus sueños...
ella sabía que ese espacio estaba dedicado a su dueño,
como un santuario a su apasionado orgasmo,
como un enigma sin
pretensión ni duelo.
Así se dejaba querer; sin pedir nada.